Reseña: “Un día más con vida”
- Diego Álvarez
- 9 feb 2019
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 12 feb 2019
Por: Juan Esteban Baldeón
Título original: Jeszcze dzień życia
Director: Raúl de la Fuente, Damian Nenow.
Productor: Jarosław Sawko, Amaia Remirez, Ole Wendorff-Østergaard, Stefan Schubert, Eric Goossens.
Año: 2018
Basada en la novela homónima escrita por Ryszard Kapuściński.

“Un día más con vida” es una película producida por un grupo europeo dedicado a la animación digital. El filme alterna imágenes técnicas con registros reales para narrar la historia del periodista polaco Ryszard Kapuściński. Testimonios, fotografías y archivos históricos dan forma a la experiencia de Kapuściński en el África de 1975. El periodista trabajó en el sur del continente madre durante los días previos a la independencia de Angola. Dentro de la macronarrativa de la guerra civil en Angola, cobijada por la Guerra Fría, Kapuściński busca una historia, un fragmento de esa convulsa realidad social, algo que enviar por su Telex.
Kapuściński, para 1975, es el único reportero polaco ejerciendo su profesión fuera del país. Angola está a la espera de que Portugal, su verdugo durante 400 años, reconozca la independencia del pueblo africano. Sin embargo, Angola, en sus entrañas, guarda reservas de diamantes y petróleo, recursos que seducen a los intereses geopolíticos de la Unión Soviética y Estados Unidos. A pocos días de la independencia, Angola se convierte en el escenario de una guerra civil. El MPLA (Movimiento Popular de Liberación de Angola), grupo socialista, se enfrenta con la UNITA (Unión Nacional para Independencia Total de Angola), grupo militar auspiciado por la CIA. En tanto, Kapuściński, consumiendo sus días y cigarrillos en Luanda, reporta breves notas desde su Telex “no hay noticias”, “todo es un caos”, “confusão”.
Luanda es una zona de resistencia del MPLA, un territorio alejado de la mayoría de los conflictos. Allí, Kapuściński conoce a Arthur, un periodista comprometido con el MPLA. Sin embargo, por el sur, avanzan las tropas de la UNITA, sembrando África con cadáveres. Al MPLA sólo le queda un frente de combate en el sur, un improvisado cuartel con apenas 50 hombres liderados por Farrusco, un portugués enemigo del colonialismo. Kapuściński intuye en este personaje, en las difusas referencias que de él le dan algunos hombres, una gran historia. Decide, junto con Arthur, embarcarse en un viaje hacia el sur. La zona es una pesadilla. La sombra de ciudades aún humeantes y kilómetros de una carretera cubierta con cuerpos son el sádico paisaje que acompaña a los periodistas.
En determinado punto, el auto de los periodistas es detenido por un grupo de la UNITA. Hay disparos, amenazas, gritos y ambos personajes terminan siendo rescatados por Carlota, una guerrillera de 19 años formada militarmente por el MPLA. Arthur decide abandonar el viaje allí, regresa a Luanda. Kapuściński, por su parte, acompaña a Carlota hacia una base de los socialistas. El periodista polaco convence a los altos mandos de que envíen apoyo a Farrusco y, junto con ese grupo de apoyo, lo manden a él. Carlota encabeza la misión y, tras algunas complicaciones, muere. Dejando un sueño de una Angola libre y una foto de su sonrisa en la cámara de Kapuściński. Finalmente, el periodista logra llegar donde Farrusco.
El último frente de los socialistas en el sur está en condiciones paupérrimas. Los guerrilleros sobreviven con lo justo y esperan que, en cualquier momento, la UNITA los ataque. Agradecen siempre que tienen un día más de vida. A pocos días de la independencia, tropas sudafricanas, financiadas por la UNITA, atacan el cuartel de Farrusco. Kapuściński recoge esta primicia y, esquivando las balas, logra regresar a Luanda. Comenta la información a los altos mandos y éstos, abandonados por la Unión Soviética, solicitan ayuda a Cuba.
Kapuściński tiene la primicia, sueño de todo periodista. Además, tiene el deber profesional de comunicar la información a su agencia mediante el Telex. Sin embargo, también sabe que esta información llegaría a manos de los Estados Unidos, quienes sacarían ventaja sobre las tropas cubanas. Kapuściński, entonces, tiene el deber moral de reservarse la noticia, aunque ello lo comprometería con las fuerzas revolucionarias de Angola. El periodista polaco se enfrenta a una difícil decisión, deberá inclinarse por su profesión o por su condición humana, sin saber cuándo estas opciones se volvieron contradictorias.
La experiencia de Kapuściński evidencia la intersección de dos campos, a saber, lo profesional y lo humano. Esferas de la vida humana que han sido bruscamente separadas. El sistema necesita autómatas, es decir, profesionales con dominios técnicos. Los humanos, cuerpos envueltos en subjetividades históricamente determinadas, traen complicaciones para el funcionamiento del sistema. Una máquina, un imaginario Telex automático, no hubiera dudado en comunicar a la agencia “Cuba va a apoyar a los revolucionaros de Angola”. Y esa es la función tradicionalmente atribuida al periodista, la de ser un cristal, una ventana entre el hecho y el receptor. Por tanto, el periodista no ha de intervenir en el acontecimiento, deberá reflejarlo. El reportero tiene prohibido procesar el hecho, es decir, en términos comunes, masticarlo, ensalivarlo y tragarlo. No se diga intervenir. No obstante, Kapuściński pone de manifiesto que el periodista es un sujeto, con sentimientos y posiciones ideológicas bien claras, sin embargo, no necesariamente ha de manifestarlas, en ocasiones un silencio salva más vidas.
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